No puedo evitarlo, todos los 31 de diciembre me acuerdo de ellos: Violeta y Leo, de mi novela El primero de un millón de besos.
Leo era un personaje secundario que aparece lo justo, pero, aun así, tiene un algo especial. Te atrae. Despierta tu curiosidad.
Sé que Violeta es una protagonista que no deja indiferente a nadie: o te encanta o la odias. Con ella no existe el término medio y tal vez ese sea su atractivo.
A esta historia le tengo mucho cariño, seguramente porque ella es azafata de vuelo y he sacado muchas cosas de mis experiencias para elaborar los detalles, por eso me da mucha pena la situación en la que se encuentra.
De momento, solo la tengo disponible en papel, pero espero que el 2018 me la devuelva completamente y también pueda ofrecerosla en digital (prometo hacerle un epílogo 😂).
Mientras tanto, os dejo el trocito en el que Leo y Violeta se conocen en una fiesta de fin de año. Creo que no hay mejor día que hoy para compartirlo.
¡Feliz 2018!
Leo es un tipo fantástico, estoy segura de que a mis padres les encantaría. Si lo conociesen, claro. No es el típico hombre del que esperase esa pregunta, tal vez por eso me sorprendió tanto.
No es guapo, pero si atractivo. Tiene unos precisos ojos color miel casi amarillos, y una boca grande que le proporciona una sonrisa encantadora.
Es genuino, con un estilo muy particular. Lleva el pelo despeinado. Siempre viste vaqueros y camisas con las mangas remangadas con dos vueltas, que usa por fuera del pantalón y combina con zapatillas Converse del mismo color.
Posee una visión muy particular del mundo. Es sensible y apasionado, en todo. Hace lo que quiere y se nota que le gusta. Trabajaba como creativo en una agencia de publicidad en México D.F, así que tuvimos tema de conversación desde el principio.
Nos conocimos en la fiesta de fin de año de un hotel. Cuando me toca trabajar en esas fechas puntuales alguien me acompaña, pero en esa ocasión nadie lo hizo. Él estaba pasando sus vacaciones de Navidad en Cancún con unos amigos y yo bajé con el resto de la tripulación a tomar algo. Estaba apoyada sobre la barra con medio cuerpo sacado sobre ella para poder hablarle al camero al oído intentando que me oyese. Le pedí una copa y me quedé esperando a que la trajese. Presentí que alguien situado detrás me miraba, me giré y allí estaba, con cara de alucinado como si acabase de tropezar con su actriz preferida.
–Me alegro de que las otras cinco personas se hayan quedado por el camino. -¿Perdona? –le respondí sin entender lo que quería decirme con eso.
–La hipótesis de los seis grados. Sólo se necesitan cinco intermediarios para conectarte a cualquier persona del planeta. Y me alegro de haberte encontrado sin ayuda –me dijo guiñándome a través de los cristales de las gafas Rayban de pasta negra que usa para corregir su miopía.
Le escaneé de arriba abajo. Jamás me hubiese fijado en alguien tan desaliñado. Agradecí al chico la bebida y le dije a Leo
–Pues sí, es raro que nos hayamos encontrado porque no tenemos nada en común.
–No me suele atraer la gente por el físico, aunque en tu caso sería imposible.
–¿Entonces qué ha sido?, ¿mi intelecto? –le pregunté de forma sarcástica puesto que no habíamos cruzado más que un par de palabras.
–No. Suele ser un gesto, un movimiento. No sé. Contigo, por ejemplo, ha sido la forma de tocarte el pelo –me explicó imitando el modo de enróllame los mechones en el dedo índice mientras hablaba con él.
Continué aquella conversación porque me pareció un tipo peculiar, interesante, diferente, y la verdad, tampoco tenía nada mejor que hacer esa noche. Empezamos hablando de cosas sin importancia en un rincón del salón y terminamos viendo
amanecer en la playa. No nos separamos en los tres días que pasé allí. Después vinieron las llamadas de teléfono, Skype y un viaje sorpresa para visitarme a los dos meses.
Así iniciamos una relación a distancia que dura casi quince meses. Nos vemos en DF o en Cancún, según mi destino, con lo que nos aseguramos pasar unos días juntos al menos una vez al mes. Estaba enamoradísima de él hasta que empezó a viajar cada dos meses para estar conmigo y yo empecé a agobiarme. Tuve que pedirle que dejase de hacerlo, porque no me parecía ético compartir con él mi cama cuando dos noches atrás lo había hecho con Nacho.
Coke dice que le pongo los cuernos, pero yo no lo veo así. Para mí estar con Nacho es algo automático, como respirar. Los seres humanos tenemos nuestras funciones: nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Pues en mi caso, entre ellas, está acostarme con Nacho. Por lo que no puede considerarse infidelidad.
He de reconocer que Leo aún me gusta, pero esta relación será insostenible en el momento que le diga que no me quiero casar con él, porque claro, mantenerla tal y como está ahora es absurdo. Cuando las personas tienen un noviazgo, como lo llamaría él con su acento de telenovela, es para avanzar, no para quedarse estancados en el tiempo.
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